Sabina Urraca

ARTIST’S PROFILE

Writer, journalist and editor.  She was born in the Basque country, raised in Tenerife, and has lived in Madrid for almost 20 years.  She has collaborated and collaborates with various Spanish media (El País, Cinemanía, Eldiario.es, Salvaje, Vice). She has interviewed such disparate personalities as Eduard Limónov, Cicciolina, Joaquin Phoenix or La Veneno. She is the author of the novel, Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), winner of the Javier Morote Prize, and of Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de rapo, 2021). She is the editor of Panza de Burro, by Andrea Abreu (Barrett, 2020).  In 2021, she will begin an MFA in Creative Writing at the University of Iowa.

RESIDENCY AT LA MOISSIE

Estos son todos los lugares en los que he escrito durante este mes de residencia en Manoir de la Moissie. Atención, qué rincones, qué sobrecogimiento de belleza. Hoy vuelvo a España. Empiezo a llorar en Bergerac y ya no paro hasta Logroño (esta frase me parece perfecta para iniciar o terminar una novela). Llegué a Belvès hace un mes (esto rima; queda ridículo en una despedida, pero sería peor decir que llegué a Belvès hace 31 días). Al llegar llevaba tres pendientes, tres aros plateados, y los he ido perdiendo uno a uno en el río. Hace años leí esta historia: la abuela de una gran familia perdía su anillo de casada en un picnic junto al mar. Lloraba la pérdida de la alianza, que llevaba grabados en el interior su nombre y el de su marido. Años después, destripando una lubina, encontraba su sortija entre las vísceras del animal. Sólo espero que dentro de muchos años, nadando de nuevo en la Dordoña, abra los ojos bajo el agua y me encuentre una trucha ataviada con mis pendientes, un renacuajo bailando mis tres hulahops plateados. Sólo imagino que en diez años una camarera francesa me sirve una orangina ataviada con unos pendientes de arete encontrados en un nido que hicieron las urracas en su jardín. Me alegro de que, aunque yo me haya ido, una parte pequeña de mi cuerpo -los pendientes, que han atravesado mi carne- permanezca en Aquitania. Merci pour tout 

SABINA & LUCE

En Belvès, en la calle sin nombre que une la rue de l’aérodrome con la avenue du 19 mars, hay una casa abandonada. En el piso de arriba, los huecos desnudos de las ventanas dan a un campo luminoso, que huele a heno y a sol. Hay mil serpientes allí, en ese terreno intrincado. No las he visto, pero sé que están. A la sala llena de luz le crece al lado un saloncito. Si la casa fuera un cuerpo, el saloncito sería un intestino ciego que habría que extirpar. Para entrar hay que subir un par de escalones. Allí la realidad se oscurece. Las paredes están forradas de un papel pintado que se resquebraja. Los rostros de un hombre, una mujer y varios niños miran desde las fotos enmarcadas. Cuando les das la espalda, guiñan los ojos. En ese salón, alrededor de las fotos, se retuerce ahora una serpiente: un fragmento del capítulo séptimo del libro que intento escribir, traducido al francés por Paula Pérez López. Dentro del capítulo se retuerce, a su vez, la urción, serpiente maligna convertida en benigna por obra y gracia de una alucinación de la protagonista. En la pared de enfrente, el mismo capítulo, pero esta vez en su versión original en castellano, interrumpe una puerta. O la puerta interrumpe el capítulo. Cuando nos vamos, las serpientes nos dicen adiós. Adiós, Luce. Adiós, Jaime Sebas. Adiós, Sabina. No las vemos, pero sabemos que están.

 

UNA TARDE EN BELVES

Hoy me despido de todos los lugares en los que he escrito: Bajo el tilo gigante, en mi habitación con vistas a los árboles, en la mesa de la piscina, en la hamaca, en el jardín junto a la casita de Marcel, en el porche de casa de Sierra y Tono, escuchando las campanadas de la iglesia de Belvès. Hoy me despido de todos los lugares en los que he escrito: Bajo el tilo gigante, en mi habitación con vistas a los árboles, en la mesa de la piscina, en la hamaca, en el jardín junto a la casita de Marcel, en el porche de casa de Sierra y Tono, escuchando las campanadas de la iglesia de Belvès. Hoy me despido de todos los lugares en los que he escrito: Bajo el tilo gigante, en mi habitación con vistas a los árboles, en la mesa de la piscina, en la hamaca, en el jardín junto a la casita de Marcel, en el porche de casa de Sierra y Tono, escuchando las campanadas de la iglesia de Belvès.

May 22, 2021 

¿Recherche de reconnaisance: Je veux vivre ici dans ce nettoyeur à sec, dans une tache de sang, et qu’une dame nommée Corinne me signale avec un marqueur blanc________________________
En busca de reconocimiento: Quiero vivir aquí, en esta tintorería, en una mancha de sangre, y que una señora llamada Corinne me señale con un marcador blanco

May 23, 2021 

¿Señora Urraca, cuál es su motor principal de escritura en estos días en la campiña francesa? -Pasarlo todo a tercera persona, volver a pasarlo a primera y, al caer la noche, no poder dormir hasta que de nuevo está todo en tercera, pero más tarde tener pesadillas en las que una señora de bata blanca e inmenso cardado (claramente la representación de la primera persona) me pincha con unas agujas de hacer punto.

May 24, 2021 

La han invitado a una residencia artística en la campiña francesa. Va a pasar allí un mes. Ya lleva casi una semana. Se da cuenta de por qué es más fácil alcanzar allí el objetivo. En esa casa de pueblo, el contacto con un círculo social reducido, con un entorno limitado, hace que todo sea único, que cada cosa sea el símbolo de todas las otras cosas. Por ejemplo, el niño de la casa es todos los niños. Hace una semana, si le hubieran preguntado si le gustan los niños, si se lleva bien con ellos, habría dicho que regular. Sin embargo, ahora diría que sí, porque el niño es todos los niños, y su presencia, dibujando caminitos con un palo entre las piedras mientras canta algo que suena a melodía distorsionada de Máquina Total 4, es una bendición. Sucede lo mismo con los tres gatos de la casa, que ahora ocupan las páginas de toda su enciclopedia animal. Con el resto de habitantes de la casa le sucede lo mismo que con los niños y los animales: si alguien quisiese saber si le gusta la gente, respondería que la gente es maravillosa, que la convivencia en el mundo es posible. Y, por esta regla de tres, su libro puede ser, durante algunos instantes del día, el único que existe. En la ciudad, en su vida habitual, las frases que escribe no tienen ningún valor. Vive en un mundo de sobreinformación. Su escritura se pierde en la maraña de libros brillantes y no tanto. En el pueblo, comprando queso, conoce a un hombre simpático. Intercambian un par de frases. Barba gris, aspecto bondadoso. Le dice: Yo también soy escritor. A ella le vienen deseos de arrancar de cuajo el cuchillo que empuña la tendera de la quesería y atacar a ese hombre en la llamada arteria del escritor’ (una vena en la zona de la muñeca que puede romperse por un tecleo errático e inconstante). ¿No entiende ese hombre que ahora mismo la única forma de escribir su libro es olvidar que pueden existir otros libros? Tiene que olvidar, incluso, que su propio libro puede existir, pensar que lo que hace no es escribir, sino otra cosa. Debe pensar que nada importa, que en el mundo sólo existen tres gatos, un niño, cinco adultos sin contarla a ella, 157 páginas de un juego inacabado

June 2, 2021

En la novela que intenta escribir, la abuela de la protagonista tiene los pies absolutamente deformados por una infancia sin zapatos. Siempre ocultos, los pies deformados de la abuela son la única parte de su cuerpo que revela el lugar del que proviene. Incluso en verano, incluso en la playa, sus pies se mantienen apresados dentro de unos zapatos de cuero negro trenzado. Ella, la que intenta escribir, pasa dos tardes describiendo los huesos de los pies de la abuela, que empujan desde dentro esos zapatos. Una semana después, entra con dos amigos en una casa abandonada. Entre los pocos muebles, un armario zapatero. Dentro, unos zapatos de señora de cuero negro trenzado. Esos días vive tan acompasada con lo que está escribiendo que en el momento no siente sorpresa. Los saca sin pensar, se los prueba. Son de su número. Se los lleva. Más tarde, ya en casa, los observa. Guardan la forma del pie de su antigua dueña. Casi podría dibujarse el pie que contuvieron: huesos escondidos, carne apresada apretando desde dentro. En su novela salen también dos conejos muertos, una serpiente, unas cuantas moscas que quedan atrapadas entre la tela mosquitera y el cristal de la ventana. En las semanas siguientes, la vida real pone delante de ella, como la mercera que muestra la tela con el estampado que jamás habías visto, pero que habías imaginado con absoluto detalle, una serpiente, dos conejos muertos y esas moscas golpeándose entre el cristal y la mosquitera, que enseguida se apresura a liberar. Le ha pasado más veces. No sabe cómo interpretar estos signos. Hasta ahora, había pensado que era la magia de la vida, señales que la ayudaban a seguir adelante con la escritura. ¿Cómo detenerse, si el propia día a día la va invitando a seguir, haciendo aparecer en la realidad el atrezzo fundamental de su relato? Pero hoy, un día un poco más oscuro que los demás, empieza a rondarle una idea fatal. No hay magia, no hay destino. Lo único que existe es la lógica. Y lo que esta le indica es que quizás la aparición constante de elementos de su libro en el mundo real signifique sencillamente que en su libro aparecen demasiadas cosas.